Los oradores conservadores evocan sin cesar un imaginario "ancien régime" en el que supuestamente habrían imperado las buenas costumbres y la decencia, la ley y el orden. Las causas de la perdición del mundo las creen ver en los movimientos emancipadores de los dos últimos siglos y en la decadencia de la autoridad ancestral. Suponen, igualmente, que la salvación debe buscarse en la reimplantación de aquellas virtudes que tiene sus raíces en las sociedades estamentales de cuño patriarcal, pero no dan detalles de cómo y con que medios políticos pretenden implantar este ideario en la fase actual de la civilización tardo industrial.
Mas he aquí que, en el ocaso de la socialdemocracia, ha vuelto a vencer Rousseau. Lo que ha acabado nacionalizándose no son los medios de producción, sino la terapia. La curiosa creencia de que el hombre es bueno por naturaleza tiene su último reducto en el trabajo social, donde las motivaciones pastorales se entremezclan sorprendentemente con vetustas teorías del entorno y de socialización, pero también con una versión "light" del psicoanálisis. Quienes se erigen en tutores de las ovejas descarriadas las exculpan con desmesurada benevolencia de toda responsabilidad por sus actos violentos. La culpa jamás la tiene el criminal, siempre el entorno: el hogar paterno, la sociedad, el consumismo, los medios audiovisuales, los malos ejemplos. Parece como si a todo homicida se le entregara por así decirlo un cuestionario de elección múltiple que debe rellenar siempre a su favor.
Mama no me quería; mis profesores eran excesivamente autoritarios/antiautoritarios; Papa llegaba a casa borracho/nunca estaba en casa; El banco me concedió demasiado crédito/me bloqueó la cuenta corriente; Cuando era niño/estudiante/aprendiz/empleado siempre me mimaron/me rechazaron; Mis padres se divorciaron demasiado pronto/tarde; En mi barrio había demasiadas/insuficientes posibilidades de ocio. Por todo ello no tuve más alternativa que robar/incendiar/atentar/matar. (Marqueses lo que corresponda.)
Con tales procedimientos se consigue que el delito desaparezca, dado que ya no existen criminales, sino sólo pacientes/clientes. Según este esquema, incluso a Höss y a Mengele habría que considerarlos unas víctimas desamparadas merecedoras de una ayuda adecuada en forma de tratamiento psicoterapéutico a cargo de la seguridad social. Siguiendo esta lógica, sólo los terapeutas podrían plantearse dudas morales al respecto, al ser los únicos capaces de comprender la situación. Y puesto que todos los demás no son responsables de nada, y mucho menos de sus propios actos, ya no existen como personas, sino únicamente como destinatarios de la asistencia social.
Si comparamos la marramachada política de tales afirmaciones con las teorías materialistas sobre la crisis, por muy crudas que éstas sean, todavía resultan plausibles porque por lo menos se basan en datos económicos y por lo tanto comprobables. Sólo a un mentecato se le ocurriría servirse del argumento de que el análisis marxista ya no está de moda. Desde que el mercado mundial ha dejado de ser una visión de futuro para convertirse en una realidad global, cada año produce menos ganadores y más perdedores, pero no sólo en el Segundo y Tercer Mundo, sino incluso en el centro del capitalismo. Mientras allí son países e incluso continentes enteros los que quedan marginados de las relaciones internacionales de intercambio, aquí son los sectores cada vez más amplios de la población los que ya no pueden mantener el ritmo de una competencia cada vez más salvaje.
Si nos imaginamos un atlas que muestre la distribución territorial de todas esas masas "superfluas" - es decir, por un lado las regiones del subdesarrollo en sus diversas gradaciones, y por otro las zonas de infraocupación en las metrópolis-, y si a continuación tomamos los lugares en los que habitan dichas masas y los comparamos con los focos de las pequeñas y de las grandes guerras civiles, obtendremos una clara correlación. Y entonces llegaremos a la conclusión de que la violencia colectiva no es más que la reacción desesperada de los perdedores ante su situación económica sin futuro.
Sin embargo, no se han producido las consecuencias políticas anunciadas por los teóricos marxistas. En este sentido, sus tesis han sido falsificadas/erróneas. La lucha internacional de clases no tiene lugar. Ninguno de los dos bandos implicados en la famosa contradicción básica tiene intención de llegar a una confrontación global. Los perdedores, lejos de unirse bajo una bandera, van acelerando su autodestrucción, al mismo tiempo que el capital se retira siempre que puede de los escenarios bélicos.
En este contexto es preciso, aunque no prometedor, rebatir la pertinaz creencia de que las condiciones de explotación pueden reducirse a un mero problema de distribución, como si se tratara del reparto justo o injusto de un pastel. Aparte de que este clisé no puede invocar en absoluto la teoría marxista, es sencillamente falso. Nos lo suelen presentar afirmando que "nosotros" vivimos a costa del Tercer Mundo; que nosotros, es decir los países industrializados, somos tan ricos porque lo estamos explotando. Pero quienes se autoinculpan de este modo suelen desconocer los hechos.
Para ello basta un solo indicador: la participación de África en las exportaciones mundiales se reduce al 1,3 %; el de Latinoamérica se sitúa en el 4,35 %. Los economistas que han estudiado la cuestión no cree que la población de los países más ricos llegara a enterarse si los continentes más pobres desaparecieran del mapa. Y esta situación tan catastrófica no la pueden modificar las crisis causadas por el endeudamiento, ni los vaivenes en los precios de las materias primas, ni la fuga de capitales, ni el proteccionismo.
Las teorías que se limitan a achacar la pobreza de los pobres exclusivamente a factores externos no sólo alimentan la indignación moral, sino que tienen otra ventaja: exculpan a los gobernantes del mundo pobre y achacan todas las miserias a Occidente, recientemente bautizado como el Norte.
Los africanos, que ya se han percatado de esta artimaña, afirman ahora que sólo hay una cosa todavía pero que ser explotados por las multinacionales: no ser explotados por las multinacionales. Según ellos, el enemigo principal ya no son los centros del capitalismo sino aquellos gángsters políticos que desde hace años arruinan sistemáticamente sus respectivos países.
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