NUESTRA SITUACIÓN INTELECTUAL
(en Libro de "Naturaleza, Historia
y Dios" de Xavier Zubiri)
...
¿En qué consiste, en definitiva, la situación intelectual en que tan extrañamente nos hallamos instalados? Nadie elige su
situación primaria. Incluso al primero de los hombres Dios le creó en una
situación que no fue obra suya: El Paraíso. La filosofía no está sustraída a
esta condición. Nació apoyada en la naturaleza y en el hombre, que forma parte
de ella, dominados ambos, en su interna estructura y en su destino, por la
acción de los dioses. Fue la obra de los jónicos, y constituyó el tema
permanente de la especulación helénica. Unos siglos más tarde, Grecia asiste al
fracaso de este intento de entender al hombre como ser puramente natural. La
naturaleza, huidiza y fugitiva, arrastra al logos humano: Grecia se hundió para siempre en su vano intento de naturalizar al
logos y al hombre.
Sin mundo ya, Grecia recibe un día la predicación
cristiana. El cristianismo salva al griego, descubriéndole un mundo espiritual y personal que transciende de
la naturaleza. A partir de este momento, el hombre va a emprender una
ruta intelectual distinta; desde una naturaleza que se
desvanece, va a entrar en sí mismo y llegar a Dios. Cambió el horizonte del
filosofar. La filosofía, razón creada, fue posible apoyada en Dios, razón
increada. Pero esta razón creada se pone en marcha, y en un vertiginoso
despliegue de dos siglos irá subrayando progresivamente su carácter creado sobre
el racional, de suerte que, a la postre, la razón se convertirá en pura criatura
de Dios, infinitamente alejada del Creador y recluida, por tanto, cada vez más,
en sí misma. Es la situación a que se llega en el siglo xiv.
Sólo ahora, sin mundo y sin Dios,
el hombre se ve forzado a rehacer el camino de la filosofía, apoyado en la única
realidad substante de su propia razón: es el otro del mundo moderno. Alejada de
Dios y de las cosas, en posesión tan sólo de sí misma, la razón tiene que hallar
en su seno los móviles y los órganos que le permitan llegar al mundo y a Dios.
No lo logra. Y, en su lugar, a fuerza de intentar descubrir estas
vertientes mundanales y divinas de la razón, acaba por convertirlas en la
realidad misma del mundo y de Dios. Es el idealismo y el panteísmo del siglo
xix.
El resultado fue paradójico. Cuando el hombre y la razón creyeron serlo todo, se perdieron a sí
mismos; quedaron, en cierto modo, anonadados.
De esta suerte, el hombre del
siglo xx se encuentra más solo
aún; esta vez, sin mundo, sin Dios y sin sí mismo. Singular condición
histórica. Intelectualmente, no le queda al hombre de hoy más que el
lugar ontológico donde pudo inscribirse la realidad del mundo, de Dios y de su
propia existencia.
Es la soledad absoluta. A solas con su pasar, sin más
apoyo que lo que fue, el hombre actual huye de su propio
vacío: se refugia en la reviviscencia mnemónica de un pasado; exprime las
maravillosas posibilidades técnicas del universo; marcha veloz a la solución de
los urgentes problemas cotidianos. Huye de sí; hace transcurrir su vida sobre la
superficie de sí mismo. Renuncia
a adoptar actitudes radicales y últimas: la existencia del hombre actual es
constitutivamente centrífuga y penúltima. De ahí el angustioso coeficiente de
provisionalidad que amenaza disolver la vida contemporánea.
Pero si, por un esfuerzo supremo, logra el hombre
replegarse sobre sí mismo, siente pasar por su abismático fondo, como umbrae silentes, las interrogantes
últimas de la existencia. Resuenan en la oquedad de su persona las cuestiones
acerca del ser, del mundo y de la verdad. Enclavados en esta nueva soledad
sonora, nos hallamos situados allende todo cuanto hay, en una especie de
situación trans-real: es una situación estrictamente trans-física, metafísica.
Su fórmula intelectual es justamente el problema de la filosofía
contemporánea.
Barcelona, mayo 1942.
No hay comentarios:
Publicar un comentario