El problema del ateísmo: la soberanía de la
vida
Si
esto es así, si el hombre está constitutivamente religado, debe preguntarse
entonces qué es y cómo es posible el
ateísmo.
Conviene
dejar consignado, desde luego, que un verdadero ateísmo es
cosa por demás difícil y sutil. Lo que suele llamarse ateísmo suele
consistir, las más de las veces, en actitudes puramente prácticas, y casi
siempre en negaciones de cierta idea de Dios: por ejemplo, la contenida en el
credo cristiano. Mas la no creencia en el cristianismo y, en general, la no
aceptación de una cierta determinada idea de Dios, no es rigurosamente
ateísmo simpliciter.
Lo
que hay que aclarar es qué es lo que hace posible un verdadero ateísmo. El
ateísmo es así, por lo pronto, problema, y no la situación primaria del hombre.
Si el hombre está constitutivamente religado, el problema
estará no en descubrir a Dios, sino en la posibilidad de encubrirlo.
Para
ello hay que recordar que el hombre es persona, en un
sentido tan sólo radical; lo es ya, pero no puede ser sino realizando una personalidad. Esta realización se
lleva a cabo viviendo. De ahí que en el ser persona está dada la posibilidad
ontológica de "olvidar" la religación y, con ello, de perder aparentemente la
fundamentalidad de la existencia. Aparentemente, porque esta pérdida es
tan sólo el modo como siente la personalidad aquel que se ha perdido en la
complejidad de su vida. La personalidad es, en cuanto tal, la máxima
simplicidad, pero una simplicidad que se conquista a través de la complicación de la vida.
La
tragedia de la personalidad está en que, sin vivir, es imposible ser persona; se es persona en la medida
en que se vive. Pero cuanto más se vive es más difícil ser persona. El hombre tiene que oponerse a la
complicación de su vida para absorberla enérgicamente en la superior simplicidad
de la persona. En la medida en que se es incapaz de realizarlo, se es también
incapaz de existir como persona realizada. Y en la medida en
que se está disuelto en la complicación de la vida, se está próximo a sentirse
desligado y a identificar su ser con su vida. La existencia que se siente
desligada es una existencia atea, una existencia que no ha llegado al
fondo de sí misma. La posibilidad del ateísmo es la posibilidad de sentirse
desligado. Y lo que hace posible sentirse desligado es la "suficiencia"
de la persona para hacerse a sí mismo oriunda del éxito de sus fuerzas para vivir. El éxito de
la vida es el gran creador del ateísmo. La confianza radical, la entrega a sus
propias fuerzas para ser y la desligación de todo, son un mismo fenómeno. Sólo
un espíritu superior puede conservarse religado en medio del complicado éxito de
sus fuerzas para ser.
Así desligada, la persona se implanta en sí misma en su vida, y la
vida adquiere carácter absolutamente absoluto. Es lo que San Juan llamó, en
frase espléndida,la soberbia de la vida. Por ella el hombre se fundamenta en sí
mismo. La teología cristiana ha visto siempre en la soberbia el pecado
capital entre los capitales, y la forma capital de la soberbia es el
ateísmo.
La
posibilidad más próxima a la persona, en cuanto tal, es la soberbia. En ella
el éxito de la vida oculta su propio fundamento, y el hombre
se desliga de todo, implantándose en sí mismo. Parodiando a Heráclito,
pudiera decirse que Dios gusta esconderse. Y ya la Sagrada Escritura nos
recuerda que Dios resiste a los soberbios.
De
aquí resulta que la forma fundamental del ateísmo es la rebeldía de la vida.
¿Puede llamarse a esto un verdadero ateísmo? Lo es, en cierto modo, en el
sentido que acabo de indicar. Pero, en el fondo, tal vez no lo sea. Es más bien
la divinización o el endiosamiento
de la vida. En
realidad, más que negar a Dios, el soberbio afirma que él es Dios, que se basta
totalmente a sí mismo. Pero, entonces, no se trata propiamente de negar a
Dios, sino de ponerse de acuerdo sobre quién es el que es Dios. Es posible que
se diga que hay quien renuncia de tal modo a Dios, que no admite ni el
endiosamiento de la vida. Mas, ¿de dónde recibe su fuerza y su posibilidad esta
actitud sino de ese omnímodo poder de negar, tras el cual se oculta la
omnipotencia misma del negador y de la negación? Negar, en el ateísmo, el
endiosamiento de la vida es expeler la vida fuera de sí mismo y quedarse solo,
sin su propia vida. No se ha endiosado la vida, pero sí la persona. El ateo, en
una u otra forma, hace de sí un Dios. El ateísmo no es posible sin un Dios. El
ateísmo sólo es posible en el ámbito de la deidad abierto por la religación.
La persona humana, al implantarse en sí misma, lo hace por
la fuerza que tiene, y que ella cree que es su ser; inscribe su ser propio en el
área de la deidad; testimonio tanto más elocuente de lo que religadamente
le hace ser. En su estar desligado el hombre está
posibilitado por Dios, está en Él, bajo esa paradójica forma, que consiste en
dejarnos estar sin hacemos cuestión de Él, o, como decimos en español, "estar
dejados de la mano de Dios". El hombre no puede sentirse más que religado, o, bien, desligado.
Por tanto, el hombre es radicalmente religado. Su sentirse desligado es ya estar
religado.
Por
esto no hay más modo de caer en la cuenta de la vanidad, o
desfundamentación de la soberbia, que el fracaso de una existencia que se reliega a su
puro factum. No me refiero a los fracasos que el
hombre puede padecer dentro de su vida, sino a aquel fracaso que, aun no conociendo"fracasos", es "fracaso": el fracaso radical de una
vida y de una persona que han intentado sustantivarse. En su hora, la vida fundamentada sobre sí misma aparece internamente desfundamentada, y, por tanto, referida a un fundamento
de que se ve privada.
No
es la angustia cósmica la manera más honda de tropezar con la nada y despertar
al ser. Hay otro acontecimiento (llamémoslo así) más radical aún: eso que nos
invade cuando, ante la muerte súbita de un ser querido, decimos: "no somos
nada". En cambio, sentimos la realidad, el fundamento de la vida, en aquellos
casos en que, el que muere, lo hace haciendo suya la muerte misma, aceptándola,
como justo coronamiento de su ser, con la fuerza que le viene de aquello a que
está religado.
Por
esto el ateísmo verdadero sólo puede dejar de serlo dejándole que sea verdadero,
pero obligándole a serlo hasta sus últimas consecuencias. Sin más, el ateísmo se
descubrirá a sí propio siendo ateo en y con Dios. El fracaso
que constitutivamente nos acecha asegura siempre la posibilidad de un
redescubrimiento de Dios.
Esta
soberbia de la vida ha revestido formas diversas. El hombre posee una vida; y
hay en la vida humana, en cuanto tal, la posibilidad de complacerse
exhaustivamente en sí misma. En una u otra forma, esto nos conduciría a un
ateísmo oriundo de un peccatum
originale . Pero el hombre, además de tener vida, es persona, y tiene,
por ello, la máxima posibilidad de implantarse en sí misma. Esto nos llevaría a
un ateísmo personal, a un peccatum
personale. Pero
el hombre tiene además historia, un espíritu objetivo, como lo llamaba
Hegel. Junto al pecado original y al personal habría que introducir
temáticamente, en la teología, el pecado de los tiempos, el pecado histórico (12). Es el "poder del pecado", como
factor teológico de la historia, y creo esencial sugerir que este poder recibe
formas concretas, históricas, según los tiempos. El mundo está, en cada época,
dotado de peculiares gracias y pecados. No es forzoso que una persona tenga
sobre sí el pecado de los tiempos, ni, si lo tiene, es licito que se le impute,
por ello, personalmente. Pues bien: yo creo sinceramente que hay un ateísmo de
la historia. El tiempo actual es tiempo de ateísmo, es una
época soberbia de su propio éxito. El ateísmo afecta hoy, primo et per se, a nuestro tiempo y a nuestro
mundo. Los que no somos ateos, somos lo que somos, a despecho de nuestro
tiempo, como los ateos de otras épocas lo fueron a despecho del suyo (13). Nuestra época es rica en ese
tipo de vidas, ejemplares por todos conceptos, pero ante las cuales surge
siempre un último reparo: "Bueno, ¿y qué?..."; existencias
magníficas de espléndida figura, desligadas de todo, errantes y errabundas...
Como época, nuestra época es época de desligación y de desfundamentación. Por
eso, el problema religioso de hoy no es problema de confesiones, sino el
problema religión-irreligión. Y, naturalmente, no podemos olvidar que es
también la época de la crisis de la intimidad.
Como
ésta no puede ser una posición última, el hombre ha ido echando mano de toda
suerte de apoyos. Hoy parécele llegado el turno a la filosofía. Desde hace más
de dos siglos la filosofía del ateo se ha convertido en religión de su vida. Y
estamos hoy medio convenciéndonos de que la filosofía es esto. No he logrado aún compartir esta
opinión. Es posible que el hombre eche mano de la filosofía
para poder vivir; es posible que la filosofía sea hasta una héxis de la inteligencia; pero es cosa muy
distinta creer que la filosofía consista en ser un modo de vida. En el fondo de
gran parte de la filosofía actual yace un subrepticio endiosamiento de la
existencia .
Probablemente,
es necesario apurar aún más la experiencia. Llegará
seguramente la hora en que el hombre, en su íntimo y radical fracaso, despierte
como de un sueño encontrándose en Dios y cayendo en la cuenta de que en su
ateísmo no ha hecho sino estar en Dios. Entonces se encontrará religado a Él, no
precisamente para huir del mundo, de los demás y de sí mismo, sino al revés,
para poder aguantar y sostenerse en el ser. Dios no se manifiesta primariamente
como negación, sino como fundamentación, como lo que hace posible
existir. La religación es la posibilitación de la existencia en cuanto
tal.
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