Ay, he estudiado ya filosofía,
jurisprudencia, medicina
y también, por desgracia, Teología,
todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo.
Y aquí me veo, pobre loco,
sin saber más que al principio.
Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor
y hará diez años que arrastro
mis discípulos de arriba abajo,
en dirección recta o curva,
y veo que no sabemos nada.
Esto consume mi corazón.
Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes;
no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas,
ni temo al infierno ni al demonio.
Pero me he visto privado de toda alegría;
no creo saber nada con sentido
ni me jacto de poder enseñar
algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo.
Tampoco tengo bienes ni dinero,
ni honor, ni distinciones ante el mundo.
Ni siquiera un perro querría seguir viviendo
en estas circunstancias.
Por eso me he entregado a la magia:
para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu
me son revelados ciertos misterios;
para no tener que decir con agrio sudor
lo que no sé; para conseguir reconocerlo
que el mundo contiene en su interior;
para contemplar toda fuerza creativa
y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras.Oh, reflejo de la luna llena,
por la que tantas veces velé sentado
ante este pupitre hasta que aparecías,
melancólico amigo, sobre los libros y los papeles,
si iluminaras por última vez mi pena;
¡ay!, si pudiera andar por las cumbres
de los montes bajo tu amada claridad;
flotar en las grutas acompañado de espíritus;
vagar en tu penumbra
por los prados y,
habiéndose disipado todas las brumas del saber,
bañarme, robusto, en tu rocío.
¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?,
agujero maldito y húmedo,
hecho en un muro a través del cual
incluso la querida luz del cielo
entra turbia al pasar por las vidrieras.
Encerrado detrás de un montón de libros
roídos por los gusanos y cubiertos de polvo,
que llegan hasta las altas bóvedas
y están envueltos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas,
aherrojado por instrumentos
y trastos de los antepasados.
Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!¿Y aún te preguntas por qué tu corazón
se para, temeroso, en el pecho?
¿Por qué un dolor inexplicable
inhibe tus impulsos vitales?
En lugar de la naturaleza viva,
en medio de la que Dios puso al hombre,
lo que te rodea son osamentas de animales
y esqueletos humanos humeantes y mohosos.
¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura.
y también, por desgracia, Teología,
todo ello en profundidad extrema y con enconado esfuerzo.
Y aquí me veo, pobre loco,
sin saber más que al principio.
Tengo los títulos de Licenciado y de Doctor
y hará diez años que arrastro
mis discípulos de arriba abajo,
en dirección recta o curva,
y veo que no sabemos nada.
Esto consume mi corazón.
Claro está que soy más sabio que todos esos necios doctores, licenciados, escribanos y frailes;
no me atormentan ni los escrúpulos ni las dudas,
ni temo al infierno ni al demonio.
Pero me he visto privado de toda alegría;
no creo saber nada con sentido
ni me jacto de poder enseñar
algo que mejore la vida de los hombres y cambie su rumbo.
Tampoco tengo bienes ni dinero,
ni honor, ni distinciones ante el mundo.
Ni siquiera un perro querría seguir viviendo
en estas circunstancias.
Por eso me he entregado a la magia:
para ver si por la fuerza y la palabra del espíritu
me son revelados ciertos misterios;
para no tener que decir con agrio sudor
lo que no sé; para conseguir reconocerlo
que el mundo contiene en su interior;
para contemplar toda fuerza creativa
y todo germen y no volver a crear confusión con las palabras.Oh, reflejo de la luna llena,
por la que tantas veces velé sentado
ante este pupitre hasta que aparecías,
melancólico amigo, sobre los libros y los papeles,
si iluminaras por última vez mi pena;
¡ay!, si pudiera andar por las cumbres
de los montes bajo tu amada claridad;
flotar en las grutas acompañado de espíritus;
vagar en tu penumbra
por los prados y,
habiéndose disipado todas las brumas del saber,
bañarme, robusto, en tu rocío.
¡Ah!, ¿pero seguiré preso en esta cárcel?,
agujero maldito y húmedo,
hecho en un muro a través del cual
incluso la querida luz del cielo
entra turbia al pasar por las vidrieras.
Encerrado detrás de un montón de libros
roídos por los gusanos y cubiertos de polvo,
que llegan hasta las altas bóvedas
y están envueltos en papel ahumado. Cercado por cofres y retortas,
aherrojado por instrumentos
y trastos de los antepasados.
Este es tu mundo, ¡vaya un mundo!¿Y aún te preguntas por qué tu corazón
se para, temeroso, en el pecho?
¿Por qué un dolor inexplicable
inhibe tus impulsos vitales?
En lugar de la naturaleza viva,
en medio de la que Dios puso al hombre,
lo que te rodea son osamentas de animales
y esqueletos humanos humeantes y mohosos.
¡Huye!, sal fuera, a la amplia llanura.
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