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martes, 24 de febrero de 2015

15.02.24 No olvidemos la historia: el catalanismo nace políticamente cuando España pierde sus colonias, es decir cuando los fabricantes barceloneses pierden sus mercados.


Un amigo me aclara:


Muy interesante la sagacidad de José Antonio Primo de Rivera; se dió cuenta de la impostura de Cambó. Mucho mayor habilidad política que la de Francisco Franco, aunque eran dos personajes diametralmente distintos.
 


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Me recuerda muchísimo al discurso de Adolf Hitler ante el Reichstag poniendo en evidencia las maniobras torticeras de Franklin Delano Roosevelt (masón de masones) para declarar la guerra al Tercer Reich, atizado por Winston Churchill. Se puede ver en Youtube subtitulado en inglés. Impresionante.

 
Con todos sus enormes defectos Raynaud, Chamberlain o Daladier fueron más equilibrados y pudieron haber apaciguado a Hitler. 

En verdad, el Deutche Volk no quería guerra ni en la distancia.


Qué curiosa la historia, y qué repetitiva es. 

Hitler, desafiando el nuevo orden económico mundial, emanado de los tiburones de Wall Street y el British Empire.
 
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 Cambó fue el que recogió las nueces, mientras los de ERC eran los que movían el nogal.
 

Cambó buscando un nuevo orden económico nacional. 


José Antonio Primo de Rivera, un hombre del que no sabemos casi nada, y que tenía una talla política (se esté o no de acuerdo con él) que raramente se da en estas tierras hispánicas.
 



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CATALUÑA.

Reaparece el fantasma amenazador del catalanismo. 

Ahora no es Maciá, con sus gesticulaciones de loco, quien lo encarna; es Cambó quien con su frialdad característica sentencia la irresolubilidad del problema catalán. Lo dice con el mismo helado lenguaje con que registra un químico la certeza de un experimento, "pese a quien pese, el problema de Cataluña subsistirá".



He aquí sobre la escena otra vez el más turbio ingrediente de los que componen el complejo catalanista. 


No olvidemos la historia: el catalanismo nace políticamente cuando España pierde sus colonias, es decir cuando los fabricantes barceloneses pierden sus mercados. 


No se oculta entonces a su pausada agudeza que es urgente conquistar el mercado interior. Tampoco se nos oculta que sus productos no pueden defenderse en una competencia puramente económica. Hay que imponerlos políticamente al resto de España.


Y nada mejor para imponerlos que blandir un instrumemnto de amenaza al mismo tiempo que de negociación. Ese instrumento fue el catalanismo. 

Ese que antes era viejo poso sentimental, expresado en usos y bailes, fue sometido a un concienzudo cultivo de rencor. El alma popular catalana, fuerte y sencilla, fue llenándose de veneno. Áridos intelectuales compusieron un idioma de laboratorio sin más nomra fija que la de evitar toda semejanza con el castellano. 


Cataluña llegó a estar crispada de hostilidad para con el resto de la Patria. 


Y esta crispación era invocada por sus hombres representativos en cuanto llegaba la hora de negociar un nuevo arancel. Los representantes de la burguesía capitalista catalana alquilaban sus buenos oficios de apaciguadores del furor popular a cambio de obtener tarifas aduaneras más protectoras.

Éste ha sido el tortuoso juego del catalanismo político durante treinta años. 


Lo que en Cataluña fermentaba como expresión de una milenaria melancolía popular, en Madrid se negociaba como un objeto de compraventa. El catalanismo era una especulación de la alta burguesía capitalista con la sentimentalidad de un pueblo. 

Cuando el 14 de abril de 1931 las multitudes catalanas tomaron como grito el de "Muera Cambó; viva Maciá", ¿creían, acaso haber recobrado la autenticidad poética de su nacionalismo? Se equivocaban: aquella autenticidad poética estaba ya muy envenenada por Cambó y los suyos. 


Los gritos separatistas que aclamaban 'avi' (abuelo) frenético no hubieran sido posibles sin la cauta preparación de los capitalistas ocultos tras de la Lliga; han bastado tres años para que los hilos vuelvan a las manos de siempre. Y aquí está otra vez, frío, hábil, sinuoso e insaciable, el catalanismo de Cambó.

José Antonio Primo de Rivera. 
28 de marzo de 1935.
(páginas 782-783 
 Obras Completas de JOSÉ ANTONIO)

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